domingo, 2 de junio de 2013

Estilismo ruso en los ´60

LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org - Ha transcurrido medio siglo y no se me olvida Helena Soloviova. Con frecuencia la recuerdo. Sobre todo en días pasados, cuando vi en la televisión a Valentina Matvienko, presidenta del Consejo de la Federación de la Asamblea Federal de Rusia, de visita en nuestro país para firmar un acuerdo de colaboración con el gobierno.
Por la apariencia de esta mujer, ya puede valorarse el cambio que ha dado Rusia después del desmerengamiento comunista. A simple vista, Valentina tiene el aspecto de una mujer distinguida, vestida para la ocasión, de elegantes modales, cabellos y manos bien cuidados y de hablar mesurado.
Fácilmente echo medio siglo atrás y recuerdo a aquella otra, a Helena Soloviova, cuando bajaba las escalerillas de su avión, en el Aeropuerto Internacional José Martí, de La Habana, mientras un grupo de cubanos, que todavía andábamos con aires capitalistas, elegantemente vestidos y a la moda –yo entre ellos- no salíamos del asombro.
Helena fue una de las primeras soviéticas de alto rango político que visitó Cuba. Nada menos que una famosa directora general del Instituto de Modas de la URSS y ganadora de numerosos premios relacionados con sus funciones.
Pero el problema de Helena es que, no sólo por su vestimenta, sino también por su forma de hablar, parecía una campesina de la zona más miserable de la Sierra Maestra.
Alta, corpulenta, mal proporcionada. Su vestido mal entallado, demasiado escotado y de feos florones con colores escandalosos, no se me borra de la memoria. Tampoco sus sandalias pueblerinas, mediante las cuales destacaban las uñas de los pies, sin arreglo alguno. Mucho menos arreglo habían recibido sus cabellos, descoloridos y peinados al descuido.
Mientras hablaba, siempre elogiando las virtudes del socialismo y los logros alcanzados, echaba por sus labios mal pintados gotitas de saliva a diestra y siniestra, y su chillón volumen de voz la hacía parecer más una vendedora callejera de frutas que una funcionaria del Kremlin.
Vimos a Helena en otras ocasiones. En reuniones, en almuerzos… Y siempre nos hicimos la misma pregunta: ¿qué podía enseñar a los cubanos aquella ¨especialista¨ de la moda?
Ante una mesa, era un verdadero espectáculo. Sus ojos azules, un poco hermosos, veían los platos bien preparados, de la mejor cocina cubana, con deseos desenfrenados de devorarlos, y no dejó incluso de meter sus dedos toscos en la comida, con la naturalidad más grande del mundo.
Pero lo peor de todo era su perfume atormentador, compuesto por sustancias naturales, que se esparcía alrededor de su cuerpo y brotaba exactamente de sus recónditas axilas, con sus pelos rojizos, que además le invadían piernas y rodillas.
¡Pobre Helena! Cuánto nos burlamos de ella a sus espaldas. De ella y del resto de sus coterráneos, a quienes los cubanos llamábamos despectivamente ¨bolos¨.

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